domingo, 29 de junio de 2025

La soledad del Presidente de un club de Fútbol-29/06/2025

 


La Soledad del Presidente


En cada estadio, bajo el estruendo de los cánticos, los flashes de las cámaras y el calor de la multitud, hay una figura que permanece en la sombra, incluso cuando está en el palco de honor: el presidente del club. Aplaude los goles con una sonrisa medida, aprieta los dientes en el silencio de las derrotas, y, cuando todo se apaga, vuelve a su despacho vacío, donde solo lo acompaña el eco de decisiones imposibles.


No hay himnos para él. Nadie canta su nombre. A veces, cuando el equipo gana, se menciona al entrenador, a los jugadores, al nuevo fichaje estrella. Y cuando el equipo pierde… entonces sí lo recuerdan. Pero no con gratitud, sino con reclamos, pancartas agresivas y titulares que juzgan sin conocer el precio real de su cargo.


Porque ser presidente de un club de fútbol es cargar con una cruz invisible. Es hipotecar sueños personales por un escudo que pocos respetan cuando no hay victorias. Es ver pasar los años, viendo cómo todos buscan gloria, pero pocos ofrecen gratitud. Él está ahí cuando falta dinero para pagar sueldos, cuando un jugador amenaza con marcharse, cuando los patrocinadores se enfrían, cuando la afición arde de rabia.


Muchas veces, su sacrificio es solitario. Vende parte de su empresa, hipotecan casas, renuncia a tiempo con su familia, todo por mantener con vida una institución que pertenece a todos… menos a él. Porque el club es de los hinchas, de la ciudad, del barrio, de la historia. El presidente es apenas un custodio temporal de una pasión eterna. Y, sin embargo, cuando el equipo cae a segunda división, lo señalan como si fuera el único culpable del fracaso de todos.


A la prensa le gusta su cara cuando hay crisis. A los directivos les gustan sus contactos cuando hay que cerrar un fichaje. Y a la afición le gusta olvidarlo cuando todo va bien.


Pero él sigue. Nadie se lo agradece, y aun así él sigue. Porque, en el fondo, ama al club más que a sí mismo. Porque aprendió a vivir sin aplausos. Porque sabe que el fútbol también necesita mártires silenciosos que sostengan la estructura cuando parece que todo se viene abajo.


El presidente se va a dormir tarde, solo, revisando balances, pensando en renovar al técnico, soñando con una tribuna más moderna, recordando aquella vez que pagó los boletos del plantel con su propia tarjeta.


Y nadie lo sabrá. Nadie hará una bandera con su cara. Nadie coreará su nombre.


Y tal vez eso es lo que más duele: que el amor al fútbol también puede ser un acto de absoluto anonimato


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