miércoles, 26 de diciembre de 2012

Reflexiones del padre de un jugador de fútbol base


Navegando por la red me encontré con esta carta escrita de un padre de un jugador de fútbol y me pregunte .¿ Porque no ponerla en el blog? y que no solo salga noticias sobre padres hooligan. Si no también de nosotros los entrenadores, que veces nos encontramos con algunos entrenadores que mejor se quede en su casa en vez de ponerse al frente de un equipo de fútbol. Pues bien mi pequeño homenaje a esos padres que día tras día lleva a su hijo a entrenar y que es una parte muy importante de este engranaje que es el fútbol base. GRACIAS PADRES. Y DICE ASÍN LA CARTA: Reflexiones del padre de un jugador de fútbol base Soy padre de un jugador de fútbol en categoría juvenil. He seguido a mi hijo desde la categoría alevín prácticamente en todos sus partidos. Como ustedes supondrán, a lo largo de estos años he sido testigo de multitud de situaciones. Muchas agradables, y otras auténticamente lamentables. Pero de estas últimas, ninguna tan preocupante como la que padecí este pasado sábado. El partido transcurría por unos derroteros más o menos normales en un encuentro de esta categoría, si bien nada favorables para los intereses del equipo de mi hijo, bueno mejor dicho, de nuestro equipo pues perdía claramente. Llamaba si acaso la atención las formas un tanto inusuales del joven entrenador del equipo contrario, celebrando los goles como un autentico forofo, lanzándose al suelo o dándose cariñosos besos con una chica sentada junto al banquillo, que supongo seria su novia. Este comportamiento de por sí, no parece el más decoroso de un entrenador durante un partido, pero como ya he dicho antes, uno ha presenciado casi de todo. Lo realmente inquietante llegó a mediados de la segunda parte, cuando antes de realizar un cambio, varios padres pudieron escuchar claramente las instrucciones que le estaba dando al jugador que se disponía a entrar en el terreno de juego. Ni más ni menos que le estaba pidiendo a un chaval de aproximadamente 16 años, que saliera al campo para buscar un penalti o una expulsión que calentara el partido, como así efectivamente ocurrió. De paso, este hombre desde el banquillo, hizo todo lo posible por seguir azuzando a sus jugadores, protestando airadamente todas las decisiones arbítrales y de paso añadiendo una tensión absolutamente innecesaria a un partido que prácticamente tenía asegurado. Al ser recriminado por parte de un grupo de madres de nuestro equipo sentadas detrás del banquillo por las continuas provocaciones, este buen hombre no tuvo mejor ocurrencia que girarse hacia ellas, y con ambas manos sujetándose sus partes, y cito textualmente porque todos los presentes lo pudimos escuchar claramente su grito: “¡Tengo los cojones mas grandes que vuestras cabezas, señoras!” Naturalmente, semejante barbaridad causó la indignación en todos los presentes, y la reacción airada de algunos que no fue a más, influenciados por la actitud apaciguadora de los tecnicos de nuestro equipo, que hacían lo posible por intentar calmar los ánimos de espectadores y jugadores. Mientras, y ante la cobarde inhibición del árbitro, tuvo que ser el propio entrenador de nuestro equipo el que reprendiera verbalmente al provocador, que sonreía cínicamente. Los pocos padres del equipo contrario allí presentes, salvo alguna excepción, mantuvieron una actitud de lo más correcta, intentando sosegar a unos y otros, seguramente estupefactos por la furibunda reacción del entrenador de su equipo. Hay que reconocer que sus intenciones de violentar el partido dieron resultado. Las interrupciones para atender a jugadores de ambos equipos lesionados, tarjetas, enganchones entre jugadores y expulsiones, fueron la tónica a partir de ese momento. Pero lamentablemente para él, estas situaciones se volvieron en contra de su equipo, que si hasta ese momento había exhibido un orden más o menos correcto, el estado de excitación en que había sumido a sus propios jugadores les llevo a cometer varios errores que fueron aprovechados por nuestro equipo para marcar tres goles en menos de 20 minutos, empatando un partido que estaba ya prácticamente perdido. Incluso una vez terminado el partido, en vez de reunir a sus jugadores, tranquilizarlos, y mandarlos a los vestuarios en previsión de nuevos incidentes, se dedico a encolerizar mas a sus jugadores con frases tipo: ¡Tranquilos, ya les cogeremos cuando vallan a nuestro campo!, o lanzar infamias tales como que un jugador de nuestro equipo le había dado una patada por detrás mientras atendía a un jugador lesionado. Y no perdió la oportunidad de exhibir una vez más su educación, al tras la firma del acta del partido, dejar a el árbitro y técnicos de nuestro equipo con el saludo en la mano, algo que a pesar de ser gente de cierta experiencia nunca les había ocurrido, como ellos mismos confesaron. Hasta aquí el relato de los hechos tal como yo los viví. Seguro que dependiendo de a quien se le pregunte, es posible que tenga otra versión. También habrá quien diga que eso no es nada comparado con alguna vivencia todavía más desagradable en otros partidos. Pero tras una conversación sosegada con algunos padres del equipo contrario mientras esperábamos la salida de los jugadores de las duchas, no dudaron en confesar que este entrenador ya les había obsequiado con alguna que otra vergonzante actuación en partidos anteriores. Por ello, y a ante una conducta que parece reincidente en esta persona, yo me pregunto: ¿Se plantean los clubes de fútbol seriamente si las personas que dirigen sus equipos están capacitadas para dar una formación que no se limita únicamente al mero golpeo de un balón? ¿A quienes confiamos la educación deportiva de nuestros hijos? ¿Permitiría que un hijo mío estuviera bajo la influencia de una persona capaz de semejante comportamiento? Me consta que cada día los entrenadores de fútbol base están mejor preparados. El número de titulados aumenta cada año. Atrás va quedando la figura del “padre entrenador”, elegido para el cargo porque de joven jugaba al fútbol. Algunos es cierto que dieron una más que correcta base a sus jugadores. Pero la mayoría de ellos, se limitaban a enseñarles a competir, más que a jugar al fútbol. Afortunadamente, en los nuevos cursos de entrenadores se inciden en nuevos métodos de enseñanza deportiva, encaminados a formar jugadores completos más que jugadores ganadores. Seria muy cándido por mi parte restar importancia al triunfo. De hecho, somos los padres los que primero cuestionamos el trabajo de un entrenador cuando los resultados no acompañan. Pero es ahí donde los clubes de fútbol deben imponer la cordura, reforzando el trabajo a largo plazo, si este es el adecuado, más que los resultados inmediatos. Pero para ello hay que poner a nuestros hijos en manos de personas capacitadas no solamente en cuestiones técnicas, sino en gente preparada para inculcar valores deportivos, que son igualmente validos en la vida cotidiana. El entrenador debe ser perfectamente consciente de la ineludible responsabilidad que tiene como representación del club en ese momento, e incluso de la población que da nombre al equipo. Su proceder ofensivo denigra y daña gravemente la imagen de ambos. De forma particular, puedo constatar que nada tienen que ver las formas de este entrenador, con el trato correcto y educado que he percibido en encuentros anteriores por parte del club de ese indeseable, tanto fuera de su campo como dentro de él, y del que fueron fiel reflejo la mayor parte de sus padres. Al provocar de una forma tan grosera a las madres del club local, no solo demostró una pésima educación, sino que hizo gala de una supina inconsciencia, puesto que en otro campo o incluso en circunstancias diferentes, semejante insulto podría haber desembocado en situaciones mucho más lamentables. Nada hay que justifique el uso de la violencia, pero es un triste hecho que en algunos campos existen auténticos descerebrados que por situaciones mucho menos graves, han agredido al causante. Y lo que es más triste a la vez que más temido por los padres. Han sido los propios chavales de forma indiscriminada las víctimas de los vándalos. Si bien hay que hacer lo posible para que estos personajes desaparezcan de los campos de fútbol, el entrenador es el máximo responsable de la seguridad de sus jugadores y bajo ninguna circunstancia debe ser el detonante de situaciones tensas que lleven a comprometer la integridad de los mismos. En el cargo de entrenador va incluido aguantar los que les echen desde las gradas, y debe entender que sus acciones afectan de forma directa en los chavales. Aun en el apasionamiento del momento, el entrenador debe mostrar serenidad y transmitirla a sus jugadores. Esta es una cualidad que no todo el mundo posee, y que yo entiendo condición necesaria para enfrentarse a las tensiones de una competición. La ruin y antideportiva estrategia de “calentar el partido”, siendo reprobable en el deporte profesional, cuanto más lamentable es su uso en jugadores que están completando su formación. Es muy fácil, a la vez que cobarde, exigir dureza cuando no es tu pierna la que está en juego. Son las piernas de nuestros hijos. Afortunadamente en este caso, el fútbol fue justo y castigó su uso. Es igualmente sencillo manipular a unos chavales cuyas pulsaciones están aceleradas. Lo que realmente tiene merito es transmitirle valores como la entrega o el sacrificio. El ser combativo dentro del reglamento, nada tiene que ver con el juego duro. Tener la capacidad de inculcar esta idea en los chavales, marca en muchos casos la diferencia entre ser un simple confeccionador de alineaciones, o ser un verdadero entrenador de fútbol base. Se lo tremendamente complicado que es para los clubes encontrar gente con la preparación, y sobre todo con la vocación para dirigir un equipo de fútbol base. Pero tampoco es admisible que determinados sujetos, más preocupados por sus propios egos, utilicen a nuestros hijos en su propio beneficio. Los clubes, en un intento de sobre proteccionismo, a veces tapan situaciones y aptitudes inadmisibles. Para nuestra propia tranquilidad, deben exigir a sus entrenadores un comportamiento absolutamente ejemplarizante en todas las facetas de su cometido. Entiendo que como seres humanos que son, encima casi siempre sujetos a presiones inherentes a la propia competición, pudieran en un momento dado tener alguna reacción poco adecuada. Pero si esto se convierte en un hecho habitual, quizás hubiera llegado el momento plantearse la conveniencia o no, de que esta persona estuviera a cargo de un equipo de jugadores en formación. Reflexión que muy humildemente invito a realizar especialmente en este caso al equipo contrario, tanto a sus dirigentes, a los cuales me consta les preocupa este tipo de situaciones, como a sus padres, que no dudaron en manifestar sus recelos respecto al comportamiento de su entrenador. EL PADRE DE UN JUGADOR DE FUTBOL BASE.